SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

La teoría marxista y su aplicación.-

 

Esto no hace más que confirmar algo que ya vimos más atrás. La reflexión sobre la práctica es lo que alimenta la teoría. La teoría siempre ayuda a la práctica, iluminando su camino.

Preguntarse cual es primero, o cual es más importante, sería repetir lo que también vimos con el huevo y la gallina.

Carlos Marx trabajó teóricamente sobre una práctica de trabajo capitalista y de su reflexión sobre ese material práctico, obtuvo conceptos, principios, leyes, aplicables a cualesquiera de las formas concretas de la producción. Sus conceptos nos sirven para entender mejor el trabajo y las formas  concretas de su realización, para entender mejor las instituciones y sus funciones respecto al trabajo.

Es decir, nos dio herramientas conceptuales, que pueden ser aplicables al capitalismo o al comunismo. No nos “enseñó” lo que es el comunismo. Él no lo sabía. Los grandes físicos teóricos no dijeron cómo se hacían los coches, los aviones, los aparatos informáticos; ellos no lo sabían. Los ingenieros, los mecánicos, los diseñadores, aplicando sus principios, han ido ensayando y probando lo que luego han sido esos objetos utilizables.

Adam Smith, David Ricardo, por su parte, tampoco enseñaron a los empresarios cómo se maneja una factoría industrial. Ellos no lo sabían. Se habían limitado, en su labor investigadora, a elaborar los principios teóricos, los conceptos muy generales (como los físicos), que ayudaban a entender mejor las leyes del movimiento del capital en sus diversos ciclos.

El primero, se enfrentó a algo tan abstracto como es el concepto de riqueza; pero en su búsqueda desbrozó un terreno teórico absolutamente en barbecho, permitiendo que tras él, otros investigadores, aprendieran de su método de trabajo, y se atrevieran a avanzar siguiendo los surcos que él trazó. Él introdujo el concepto de valor, que luego utilizó ampliamente Marx.

El segundo, Ricardo, a quien encargaron en el Parlamento inglés un estudio sobre la imposición (los impuestos;  en concreto, sobre quién debía pagar los impuestos); se elevó en su investigación hasta los mismos principios (así se llamó su obra más famosa: “Principios de Economía Política”) de la actividad económica, dejando para sus continuadores unos valiosos conceptos sobre el salario y sobre la renta (la renta que se pagaba y se paga a los propietarios de la tierra, del suelo), y que, asimismo, utilizó abundantemente C., Marx en su libro “El Capital”.

Hay, como vemos, una práctica social, el trabajo, sobre la cual, y sobre las condiciones en que se desenvuelve esta práctica, existe una actividad teórica.

Esta actividad teórica puede considerarse, bien en la ordenación y exposición de sus grandes principios (al igual que en las ciencias naturales –la física, por ejemplo-existe la investigación básica); o bien, puede ser vista desde su aspecto de la aplicación a la práctica, de esos principios. A esta segunda manera de considerar la ciencia, la teoría, se la suele llamar tecnología.

Pues bien, la materia sobre la que se inclina, en su reflexión, la teoría, es, tanto el trabajo, el hecho puro del trabajo, como los efectos sobre éste, de los principios puros de la propia teoría, es decir, de la tecnología.

En las ciencias físicas, la gran investigación, la que busca los grandes principios que ayudan a entender mejor el movimiento de los objetos en el universo, y las leyes de estos movimientos, así como las propiedades de la materia y la energía, siempre que se puedan medir, tiene el mayor interés en los resultados de las aplicaciones tecnológicas de estos principios. Si la lógica, o la matemática pueden ayudar a ordenar, depurar, armonizar, estos principios, la tecnología ayuda a centrar el objetivo de su actividad, a dirigir el foco hacia una determinada zona.

Esto hace que, teoría y tecnología, se miren mutuamente, conscientes de su mutua dependencia.

En las ciencias sociales, la gran ciencia, la investigación básica, la de los grandes principios, tiene, asimismo su enganche con la realidad que estudia, a través, principalmente, de la tecnología.

En nuestro caso, en nuestra parcela, cuyo objeto central es el trabajo, el mayor flujo de datos, llega a la teoría, a través de las instituciones. Estas, las instituciones vienen  a ser los instrumentos tecnológicos, que se sitúan, entre los grandes principios teóricos, y la realidad que éstos estudian, trasladando a la teoría sus efectos sobre la realidad.

Marx, partiendo de la misma realidad, y utilizando los mismos conceptos elaborados por los miembros de la escuela clásica de economía inglesa, elaboró otros principios, que permitían contemplar la posibilidad de una producción basada en procesos de  trabajo colectivos por cuenta propia.

Ningún principio, ningún concepto, elaborando por Marx, contradice en nada los de la escuela inglesa.

Marx saca punta, elabora conceptos, a partir de los conceptos que aprende de los maestros ingleses de la economía capitalista.

La existencia, la posible existencia, de procesos de trabajo colectivos por cuenta propia, y su funcionamiento, también posible funcionamiento, no contradice en ningún punto las teorías, los conceptos, de la escuela clásica de la economía liberal inglesa.

El trabajador, los medios de trabajo, el mercado, la libertad de contratación, la concurrencia, etc, etc., son elementos comunes a los procesos de trabajo colectivos, por cuenta ajena y por cuenta propia.

Un llano situado a unos metros de nivel más bajo que un manantial de agua, teóricamente puede ser un campo de regadío. Lo dice la ciencia, lo dice la física. Ningún científico lo negará.

Ningún científico puede negar la viabilidad teórica, la validez teórica, de la posible existencia y funcionamiento de procesos colectivos de trabajo por cuenta propia.

Ese es el centro de la teoría marxista sobre la producción, sobre el trabajo.

Es el nivel de los principios, es el nivel de la ciencia. La aplicación de esos principios, la aplicación de la ciencia, es otro nivel, tiene lugar en otro escenario, presenta otras exigencias.

Al aterrizar los principios en el terreno real de lo concreto, comienzan las exigencias.

El agua del manantial ¿es apropiada para regar?, ¿o es salada?, ¿tenemos medios para desalarla?

El terreno del llano ¿es apropiado para cultivarse? ¿o está sembrado de losas planas de granito?

Si el agua es buena y el terreno es cultivable, ¿disponemos de los medios para la conducción y distribución del agua?

Si el agua es de un propietario, y el terreno de varios propietarios ¿pondremos de acuerdo a todos, unos con otros?

Si el precio del agua, los costes del cultivo y los gastos del transporte, dan como resultado un precio más alto del que rige en el mercado para ese producto, ¿tiene algún sentido cultivarlo?

Según la situación concreta, según se cumplan o no una serie de exigencias, el llano se convertirá en regadío, o no.

Se cumplan, o no, la exigencias, el principio sigue vivo y válido. Un llano situado a un nivel más bajo que un manantial lindante, se puede convertir en regadío. Es una ley física, la ley de la gravedad. El nivel de lo concreto nos dirá la serie de condiciones que han de darse para que ese principio se convierta en un hecho.

Marx estudió con especial atención el proceso de trabajo por cuenta ajena, es decir, la producción capitalista. Estudió al trabajador y al capitalista, y a las relaciones que se establecen entre ellos, a través de la propiedad de los medios de trabajo.

De sus investigaciones se desprende la posibilidad teórica de una combinación distinta entre el trabajador y los medios de trabajo. Aquella en que, el trabajador colectivo es, al mismo tiempo, propietario colectivo de los medios de trabajo.

Si la anterior combinación estudiada se llama capitalista, ésta se llamará socialista o comunista.

Hay que repetir que los dos principios, los dos tipos de principios, que rigen una y otra forma de trabajar, han tenido como objeto de reflexión, la misma realidad: el trabajo colectivo por cuenta ajena. David Ricardo y Carlos Marx trabajan sobre la misma realidad.

Pues bien, ya tenemos un llano, y un manantial de agua vecino, situado a un nivel superior.

¿Quién lo convierte en regadío?

Lenin, Trotski, Kámenev, Stalin, Bujarin, Zinóviev; un grupo de comunistas rusos, dirigiendo al Partido Comunista (entonces llamado Bolchevique), creen que se dan las condiciones concretas, para que ese principio pueda ser aplicado a la producción rusa.

Han debido suponer que el agua y el terrenos son aptos (a propósito para este fin); que se dispone (o se dispondrá) de los medios de conducción y distribución del agua; que los propietarios del agua y los terrenos se avendrán a un acuerdo; y que los costes de producción permitirían precios competitivos (que permitan competir en el mercado).

 

¿Quién discute y decide si se dan o no las condiciones, si se dispone o no de los medios necesarios, para ensayar la operación “regadío?”

Si estamos en una sociedad capitalista; si estamos en una producción en que los procesos de trabajo por cuenta ajena forman su tronco principal; la decisión la tomarán los poseedores, los dueños, de los medios de trabajo, los empresarios.

Las instituciones, cumpliendo su misión, prestarán los servicios que se les encomienden, para facilitar el desarrollo de la operación productiva, bajo las indicaciones, siempre, de los agentes que dirigen los procesos de trabajo.

Entre estas instituciones, y en un lugar muy especial, se encuentra el partido político, el partido conservador, popular, liberal, o el nombre que le den sus financiadores, los empresarios. Y su lugar, entre las instituciones es muy singular, porque su función es, precisamente, el de dirigir estas instituciones, o más precisamente, su funcionamiento correcto.

Por tanto, el estudio de viabilidad (posibilidad de realización) corresponderá a las instituciones, inspiradas dirigidas por el partido (ministerios técnicos –obras públicas, Industria, Tecnológica, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, etc); pero las decisiones (se hace o no; se hace en este momento, o no; se hace de ésta u otra manera) las tomarán los empresarios. Y la razón es, que son los dueños de los medios de trabajo, y por eso dirigen los procesos en que éstos intervienen.

¿Y si no estamos en una sociedad capitalista?, ¿Y si estamos, por ejemplo, en la Rusia Bolchevique, en la Rusia de los tiempos de Lenin? ¿Qué pasa con el “regadío?”

Lo que ocurriría, lo que ocurrió, es que se cumplió el mismo principio, la misma ley: quien decide es quien dispone de los medios de trabajo. Y quien disponía de los medios de trabajo era el Partido Comunista.

Por esa razón, el Partido Comunista ruso, no se comportó como un partido político, sino como un empresario, como un propietario de los medios de trabajo.

Los partidos políticos no pueden convertirse en propietarios de los medios de producción, sin dejar de cumplir sus funciones propias de un partido político, es decir, de una institución. Y no de una institución cualquiera, sino de la institución que tiene como función propia, la de servir de guía, de directora de las demás instituciones.

Seguramente, éste debió ser el sentido más profundo de la renuncia al marxismo planteada por Felipe González, cuando era secretario general del P.S.O.E; un partido político que arrancaba en sus inicios, con un fuerte componente marxista.

Si el Partido Socialista Obrero Español aspira a gobernar en España, es decir a dirigir las instituciones del país, y se considera marxista, seguramente habría –como así lo consideró su secretario general –algún tipo de desajuste.

La discusión teórica no fue muy brillante. Alfonso Guerra cuenta que la mayor parte de los discutidores habrían tenido dificultades para distinguir una postura marxista, de una antimarxista.

La práctica, sin embargo, tomó el camino derecho. Se prepararon las elecciones, se ganaron, en su momento, y se gobernó.

Lo de si el PSOE es o no marxista en sus estatutos, quedó en unas cuantas palabras, que vienen a decir lo que uno quiera que digan.

De cualquier manera, la práctica, ya larga, de gobierno, permite contestar a la pregunta que nos veníamos haciendo a propósito del “regadío” (¿Quién organizará las tareas de su ejecución?): la dirección la llevarán los empresarios, puesto que de ellos son, el agua, el terreno, las conducciones, las herramientas necesarias.

Felipe González y su grupo, la práctica totalidad de la dirección del partido, decidieron poner a un lado la cuestión (al menos de momento), y encarar inmediatamente el conjunto de problemas que arrastraba la sociedad española en aquellos años. El propio González creía apuntar muy bien, cuando englobaba a estos problemas a través de sus frases conocidas, como “hay que modernizar España” y “primero hay que crear el pastel, luego lo repartiremos.”

Es difícil evitar la tentación de recordar la decisión de Lenin y su grupo, su partido, cuando tuvieron en su mano la dirección de las instituciones (gobierno, Fuerzas Armadas), así como la dirección de la producción. Desde  el primer momento enderezaron toda su actividad a la “modernización” de Rusia, y al aumento del pastel, para su posterior reparto.

El Partido Comunista ruso atribuyó la dirección de todo el proceso a los dirigentes del propio partido. Y el Partido Socialista Obrero Español juzgó conveniente que la dirección de la producción la mantuvieran los empresarios, si bien procurando, desde las instituciones, influir en la medida que fuera posible, en la mejora de las condiciones de trabajo y vida de los obreros y demás trabajadores.

Como podemos comprobar hoy, la práctica de unos y otros, rusos y españoles, marxistas en su origen, uno y otro partido, les ha llevado al mismo resultado: la producción en manos de los empresarios.

Ambos partidos pueden, con toda razón, sostener que su práctica no tenía otro norte que la mejora de los obreros. Ni Stalin, en medio de sus crímenes, renegó de esta meta.

Pero la teoría no estuvo a la altura de los logros obtenidos, y sobre todo, no ha estado a la altura de los proyectos iniciales, de los proyectos presentados a los trabajadores por ambos partidos, en su nacimiento en los primero años de rodaje.

El mensaje que llegó a los obreros y campesinos rusos por parte del partido comunista ruso, y el mensaje que lanzó el partido socialista español a los obreros y a los jornaleros del campo, se ha quebrado en algún momento, ha cambiado de dirección en algún punto de su recorrido.

Nos centramos en la práctica, en la acción, en las realizaciones, del PSOE y del Partido Bolchevique, porque ambos partidos han representado a los obreros, y porque los dos han dispuesto de la dirección del Gobierno de su país respectivo.

Y nos referimos a la práctica, porque a la corta o a la larga, teoría (proyecto), y práctica (realización) tienen que marchar ajustados; y de hecho, así ha ocurrido en los dos casos que analizamos.

El ajuste ha resultado más laborioso en el caso ruso. Seguramente, uno de los motivos principales ha sido el grado distinto de penetración y asentamiento en la producción del sistema de organización del trabajo por parte de los capitalistas; muy primitivo, en el caso de Rusia; mucho más elaborado (extendido, profundizado) en el caso español.

Cuando los partidos que dirigen Lenin y González, se enfrentan a la posibilidad real de hacerse con la dirección de las instituciones, sienten lógicamente la necesidad de perfilar el proyecto que se proponen realizar.

Hasta llegar a esta situación, ambos partidos han mantenido la orientación marxista de sus proyectos.

El partido ruso mantiene, a lo largo de toda su experiencia de gobierno, que la orientación y la dirección de su práctica obedece  a la teoría marxista.

El partido socialista español, ante la cercanía de la toma de la dirección del Gobierno, quiere reafirmar su orientación marxista, y sus órganos de dirección así lo manifiestan.

Su secretario general piensa, y así lo manifiesta, que él no dirigirá un partido con esa orientación, y como prueba de su determinación, dimite de su cargo (no se presenta como candidato).

Sus compañeros en la dirección del partido, piensan que sin él en la Secretaria General no se ganarán las elecciones, y se echan atrás de sus pretensiones de que el partido aparezca como marxista en su orientación.

En consecuencia, se supone que el partido ha dejado de ser marxista (en su principal eje de orientación).

Como se puede observar, el recorrido de marxistas rusos y españoles, ha sido distinto.

Los primeros, han sido (según ellos), marxistas durante su largo periodo de gobierno, aunque ahora ya   no gobiernan.

Los segundos, antes de gobernar, y como condición para poder hacerlo (así lo ven ellos), dejan de ser marxistas, y disfrutan de amplios periodos de gobierno.

De forma que, quien gobernó como marxista, perdió el gobierno (los rusos); y quien dejó de ser marxista, gobernó.

La consecuencia parecería ser: si quieres gobernar, no puedes ser marxista.

Así puede ver el problema, desde fuera, un obrero. Un partido no puede decir que es marxista, porque entonces no ganará las elecciones; y si no gana las elecciones, ¿Cómo le va a ayudar a mejorar sus condiciones de trabajo y de vida?

Esa ha sido la práctica, esa ha sido la apariencia. Los jóvenes obreros de nuestros días eso es lo que han visto, y eso es lo que deducen de lo que han visto, y de lo que les cuentan sus mayores. Hay que luchar, hay que organizarse para juntos conseguir mejorar las condiciones de nuestro trabajo y de nuestra vida; y a la institución que mejor cumpla estas finalidades será a la que apoyaremos, sea sindicato o sea partido; sea de derecha o sea de izquierda; diga lo que diga en sus estatutos, o en su propaganda; a nosotros lo que nos interesa es nuestro bienestar. ¿Quién ha conseguido los mejores niveles de vida? Los obreros Americanos; pues nosotros, como los obreros americanos. ¿Cómo los obreros suecos?; pues, nosotros como los obreros suecos.

Esta práctica actual de los obreros europeos, de los americanos, y bien mirado, de todo el mundo, obedece a una teoría. Como todas las prácticas, llevan en su seno, en su interior, una teoría, una forma de entender la propia práctica.

Porque, vamos a ver, ¿quién dirigía la producción rusa, antes del comunismo, durante el comunismo, y ahora, después del comunismo? Los obreros no. Los obreros no estaban, durante y antes del comunismo, capacitados para llevar la dirección de sus procesos de trabajo. Ni ahora, al acabar el comunismo, tampoco lo estaban.

Antes del comunismo los procesos de trabajos colectivos, industriales, mineros, agrícolas, de transporte, etc. los dirigían los empresarios, arropados por todos sus equipos técnicos. Los comunistas mantuvieron, prácticamente, todos los equipos técnicos (a veces hasta el propio empresario como un técnico más), y ocuparon el lugar del empresario con uno, o varios, miembros del partido, que, en principio gozaban de toda la confianza de los obreros (en el sentido de que todo lo decidirían en beneficio y provecho de los propios obreros). Pero ellos, los obreros, mantuvieron el mismo papel, las mismas funciones.

Una vez finalizada la larga experiencia comunista, la dirección ha sido devuelta a los empresarios otra vez. Los equipos técnicos han seguido siendo lo mismos. El esquema organizativo del trabajo de los obreros, para ellos, no ha cambiado, prácticamente, nada.

A esa práctica, no corresponde la teoría marxista. El partido comunista ruso, podía afirmar, y hacer ostentación de su orientación marxista, pero su práctica, no se corresponde con ella.

Los obreros no progresaron en la doble vía, de la propiedad de los medios con que trabajaban, ni en la efectiva dirección y control de los propios procesos de trabajo. No se ha tratado de un problema de lentitud en este doble arranque de esta doble vía. Se trata de que estas vías de avance, ni se han intentado.

Y la esencia del marxismo consiste en eso, precisamente. Solo en eso.

Es inútil pasarse setenta años pregonando el marxismo, cuando en la práctica no se ha dado ni un paso en la dirección que él señala.

Es como el Papa y los Obispos, proclamando la pobreza desde sus palacios. Es la negación de la evidencia.

 

 A la dirección del PSOE se le planteó este problema, cuando tuvieron a la vista la posibilidad de dirigir las instituciones (Parlamento, Gobierno, Fuerzas Armadas).

Porque, si gobernaban, y eran marxistas, ¿Qué harían? Desde luego, lo que habían hecho, y en ese  momento seguían haciendo, los rusos, no. No. Entre otras cosas, porque ellos no eran comunistas; y los rusos, si.

Es decir, lo que estaba claro, es que ellos no gobernarían como los comunistas rusos. Eso sí que estaba claro. Pero, entonces, qué significado tenía que el partido se proclamara en sus estatutos como marxista.

Felipe González debía tener muy claro en qué consistiría su gestión al frente de las instituciones; que coincidiría con lo que, efectivamente, llevó a cabo. Y, la verdad, debió pensar, llamar a eso marxismo, es casi como lo de los Obispos y el Papa.  

Los dirigentes del partido que se inclinaban por lo del marxismo; una de dos, o como dice Guerra no tenían muy perfilado lo que significa marxismo; o tenían poca información sobre lo que el partido haría dirigiendo las instituciones. Podría ser lo segundo, dado que casi todos no han tenido protagonismo en la gobernación del país, lo que hace pensar que no era el camino que ellos preferían. Es lástima, porque nos hemos perdido otra versión de la práctica del marxismo.

En cualquier caso, se impuso la visión de las cosas que tenía, y parece que sigue teniendo, Felipe González, y con él el propio partido.

La  práctica del PSOE, desemboca en el mismo lugar que lo hace la práctica del partido comunista ruso. Dejemos a los empresarios dirigir la producción. Nosotros nos ocuparemos de que, dentro de las reglas que ellos adopten, se tengan en cuenta los intereses de los obreros. Y esta función, la llevaremos a cabo, en un escenario distinto de la producción. Esta función la desempañaremos desde las instituciones, fundamentalmente desde el partido y el sindicato.

Esta práctica, utiliza la brújula para buscar su norte, que no es, efectivamente, la teoría marxista.

La teoría que guía estas prácticas, llamadas, conocidas todas ellas como prácticas socialdemócratas, no difiere de la de los empresarios. Es la teoría liberal. La de los grandes maestros de la escuela inglesa de economía de los que partió Marx en sus estudios sobre el trabajo y las relaciones que establecen las personas que participan en él.

Inspiradas en esta teoría liberal, vemos cómo operan diversas prácticas, que si en lo esencial son idénticas, se presentan como si se tratara de acciones políticas amparadas en teorías distintas a la liberal. En realidad, no son sino variantes de ésta.

Unas de ellas, son las socialdemocracias, que amparándose en su nombre de socialistas, pretenden depender de otros conceptos teóricos que no son los de la teoría liberal. La práctica, sin embargo, coloca a cada política bajo la teoría que le corresponde. No hay más que fijarse en lo cómodo que se encuentra el capital inglés bajo gobiernos del partido del trabajo (laborista, de Tony Blair).Tan cómodo como bajo el gobierno conservador de la Sra. Thatcher.

Son variantes, pequeñas variantes del liberalismo.

Los dictadores, como Franco, Pinochet, los numerosos habidos en Centro y Suramérica, los numerosos africanos; son otra variante del liberalismo económico. La cáscara de su ordenación de las instituciones, no logra esconder la realidad de unos mismo principios en la regulación de la vida, siempre cómoda y triunfante del capital.

El núcleo duro (la yema del huevo) de la teoría liberal consiste en que la producción la ordenan y dirigen los propietarios de las condiciones materiales del trabajo. Y las instituciones no tienen otra finalidad que hacer viable y sostenible este principio.

Mientras que, el corazón de la teoría marxista consiste en que los propios trabajadores serán los propietarios de sus condiciones materiales de trabajo y los organizadores y directores de los procesos de producción en que participan. Y las instituciones, como en el caso anterior, no existirán sino para hacer el anterior principio, viable y sostenible.

Felipe González tenía todo esto más claro que sus compañeros de dirección del partido.

Los obreros, por su parte, no parece que se hayan apasionado en este debate. Seguramente no tenían muy a mano qué se proponía hacer, por lo que a ellos se refiere, Felipe González; o lo que es lo mismo; qué consecuencias tiene para ellos que el PSOE sea, o no sea, marxista. Y por lo tanto, no se enteraron demasiado del debate.

Es importante, porque podría ocurrir como con los obreros rusos y su partido comunista, que los obreros españoles comiencen a perder la confianza en su partido socialista.

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